Película: Wing Commander: Escuadrón espacial (1999)

Título original: Wing Commander
Año: 1999
Género: Ciencia-ficción, acción, espacial
Director: Chris Roberts
Duración: 100 minutos
País de origen: EEUU, Luxemburgo

Creo que las películas basadas en videojuegos harían bien en seguir el modelo de Mortal Kombat (1995). No, esa película no tenía toda la sangre y el gore del juego, pero en cambio: el argumento era fiel al de los dos primeros juegos sin ser exactamente igual; los personajes también eran fieles a sus contrapartes sin ser exactamente iguales, tanto en lo visual como en la caracterización -aunque varios se sintieron decepcionados cuando resultó que Scorpion y Sub-Zero eran secuaces de Shang Tsung sin más, en vez de rivales a muerte-; los efectos especiales resultaban convincentes -era 1995-; y el director era muy bueno para las escenas de acción y lo justo y necesario para las partes de conversación -Martin Scorsese no va a dirigir Sonic 2, vamos a estar claros-.
Su propia secuela, Mortal Kombat: Aniquilación (1997) no se molestó en conseguir un buen director para la acción ni para las conversaciones, ni buenos efectos especiales; y le pasó lo que le pasó. Sus predecesoras (Super Mario Bros., Double Dragon y Street Fighter) y muchas de sus sucesoras quebrantaron los dos primeros puntos, con el pretexto de que los argumentos y personajes de sus respectivos juegos eran tan nulos e indefinidos que había obligación de inventarse argumentos y caracterizaciones de cosecha propia. Seguro que es por eso que todo el mundo sacó en los 80s mil series animadas basadas en juguetes. Y seguro que también es por eso que alguien hizo una película de Clue -¡sí, el juego de mesa!- en el 85. Porque los juguetes y los juegos de mesa tienen argumentos muy cinematográficos y los videojuegos no, claro está. En fin, la hipotecaria.

El otro problema es que, como los juegos toman mucha inspiración del cine, hacer una película fiel a un videojuego sería copiar muchas películas que ya existen. Mortal Kombat es básicamente un remake de “Operación dragón” con poderes y música tecno. Haber hecho Doom (2005) fiel a su juego hubiera sido hacer Alien 2 o Event Horizon con zombis y demonios. Mi contraargumento es el siguiente: ¿Y qué? Star Wars es una epopeya medieval en el espacio y nadie -excepto la gente desagradable- dice nada. Batman es El Zorro vestido de murciélago y nadie -salvo los arriba mentados- dice nada. Aun Sonic es ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) con un erizo y sin un encubrimiento por asesinato y… ya sabemos. Así que no veo cuál es el gran problema en que las películas de videojuegos sean derivativas de otras. Ocurre todo el tiempo.

No obstante, para 1999 estaba más claro que el agua: las películas de videojuegos están destinadas a ser malas. Pero Wing Commander “sí iba a ser buena”, porque contaba con un director que velaría por ello; nada menos que el mismo Chris Roberts, el creador de los juegos. Roberts, una especie de Hideo Kojima norteamericano, había incorporado a los juegosescenas en FMV (full motion video) con actores reales a partir de la tercera entrega, Heart of the Tiger. En dichas escenas había trabajado con actores como el mismísimo Mark Hamill, así como Thomas F. Wilson (Biff, en Volver al futuro), John Rhys-Davies o Malcolm McDowell. Era la elección perfecta para dirigir la película. ¿O no?

Aclaro: El único que he jugado de los juegos ha sido el primero, y solo hasta la quinta o sexta misión, más o menos.


En el siglo 27, la Tierra es un gobierno de un solo mundo, llamado “Confederación Terrana”, actualmente amenazada por el “Imperio Kilrathi”, una raza de felinoides mutuamente idénticos y empeñados en aniquilar a la raza humana para ocupar la Tierra. Por lo tanto, se ha entablado una guerra a muerte para exterminar a la otra parte por completo antes de que ésta haga lo mismo.

No afirmo nada; solo digo que me resulta medio sospechoso que los buenos sean “confederados” y los malos unos asesinos sanguinarios fanáticos, todos iguales y con ojos rasgados. ¿A ustedes no?

La Confederación ha desarrollado además una tecnología de computadoras navegantes con inteligencia artificial, o Navcom IA: capaces de calcular lo más perfectamente posible cualquier salto espacial a velocidad luz -el “warp” o “hiperespacio”, ya saben ustedes-. Pues bien; un grupo de Kilrathi acaba de destruir un puesto avanzado confederado para robar la Navcom IA que allí había. Su plan es utilizarla para calcular un salto espacial directamente hacia la órbita de la Tierra, con lo cual toda su flota podría atacar y destruir el planeta de un solo golpe. La salvación recae sobre el piloto Christopher Blair (Freddie Prinze Jr.) y su compinche Todd “Maniático” Marshall (Matthew Lillard), recién llegados a la nave estelar TCS Garra de Tigre para entregar un mensaje en clave advirtiendo del ataque, y que terminan por integrarse al escuadrón de pilotos de combate de la nave, liderados por “Angel” Deveraux (Saffron Burrows), su comandante de ala (“¡Ja! ¡Ja! ¡Lo dijo! ¡Lo dijo!”).
Pero también hay un detalle importante: Blair es mitad Peregrino. Su madre fue Peregrina. Los Peregrinos eran humanos que desarrollaron la predisposición genética a navegar en el espacio sin mapas ni computadoras ni ninguna ayuda de ninguna clase, lo cual los llevó a creerse superiores a los humanos normales -y, mira, la verdad es que, dicho así, lo son…-, y, por consiguiente, a una guerra humano-Peregrina. Por lo tanto, casi toda la nave se muestra prejuiciosa contra Blair. Deberá demostrar su verdadero valor como persona y ganarse el respeto de sus compañeros, así como el de sus superiores.

Hay un capítulo famoso de Viaje a las estrellas, la serie original, llamado “Balance de terror”. Este capítulo, uno de los mejores de toda la serie, se trata de que el Enterprise persigue y trata de destruir una nave romulana, capaz de hacerse invisible, pero quedando incapaz de atacar a menos que se haga visible de nuevo. El capítulo es básicamente un remake de El zorro del mar (The Enemy Below, 1957), una película de submarinos de la SGM, pero en el espacio -la nave romulana es una metáfora del submarino nazi, que puede sumergirse bajo el agua pero debe subir a la superficie para poder atacar-.
Pues bien; una parte de Wing Commander es Balance de terror. Hay combate espacial entre enormes naves bandera que hacen de portaaviones unas veces sí (cuando despliegan cazas para que se peleen) y unas veces no (como cuando la Garra de Tigre se ve obligada a no hacer ruido para que no los detecte el radar enemigo, como si fuera ella un submarino y los Kilrathi un destructor). Hay exclamaciones de “¡Todo a babor!” y gente metiendo torpedos en tubos para dispararlos. Incluso adoptan el detalle de que uno de los tripulantes aliados tenga parientes de la misma nacionalidad que el enemigo -aunque en este caso es un enemigo contra el que no se está luchando actualmente- y que por ello todos los demás lo miren con desconfianza.
La otra parte es Top Gun; hay pilotos egocéntricos que terminan cometiendo errores que les cuestan la vida a ellos o a sus compañeros, hay naves enemigas persiguiendo a naves buenas que no logran quitárselas de encima hasta que sus compañeros los salvan… todo lo que estamos acostumbrados a ver, ya sea de la fuente original o de imitaciones.

Pero, como ya he dicho, eso no tendría por qué ser un problema. Siempre que el argumento y el mundo se parezcan al de los juegos, y el director sea competente y sepa lo que hace, todo está bien. Pero no es así.

Vamos a comenzar por el director. Chris Roberts no es director de cine; es director de escenas de videojuegos en FMV. Todo aquel que haya visto o jugado un juego con escenas en FMV sabe que éstas no suelen contar con buena producción, actores convincentes, o directores que puedan o sepan proporcionar cualquiera de las dos anteriores. Y, desafortunadamente, así es ver esta película; como ver una serie de escenas en FMV para un videojuego -específicamente, un shooter sobre rieles que casi no tuviera partes jugables-. Nadie actúa bien en toda la película, y ninguno de sus personajes resulta generar simpatía. Los pilotos -Maniático, en particular-, parecen más personajes de American Pie que de Wing Commander; la excepción es Angel, tan estricta como para parecer un robot. El capitán de la Garra de Tigre y su segundo al mando (Jürgen Prochnow, el capitán del submarino alemán en “Das Boot”) parecen villanos de caricatura en su total incapacidad de dirigirse a Blair excepto con asco y odio, y su propensión a racionalizar por qué Blair tiene toda la culpa de lo que les pasa a ellos -aunque esta crítica ya no parece tan bien fundada en el año 2020…-. Y los Kilrathi, con su ausencia tanto de carácter como presencial, no pasan de “malos”. El único actor que da la talla es David Warner como el almirante de la flota Confederada, y eso porque sale muy poco y sin ganas. Actúa tan poco que no alcanza a actuar mal.

Luego está el tema de las escenas en el espacio. En el juego las naves están dibujadas con colores brillantes para que las puedas ver en pantalla. En la película pasa lo contrario porque son todas grises e indistintas, además de que sus diseños han sido cambiados respecto a los del juego -por ejemplo, las “Rapier” fueron construidas con el fuselaje de antiguos cazas británicos y ése es su aspecto, cuando en el juego son más bien tipo X-Wing-. Pero es que además se mueven muy lentamente, sin hacer las acrobacias bruscas que se suelen ver en películas de este tipo y que les imprimirían mayor sentimiento de emoción a las escenas. El resultado son algunas de las escenas de combate espacial menos emocionantes y de aspecto más oscuro e indistinto que se hayan visto. Roberts hizo todo esto aparentemente a propósito para evitarse comparaciones con Star Wars, porque iban a salir el mismo año que La amenaza fantasma. Pues no solamente son las comparaciones inevitables, sino que Wing Commander lleva las de perder. ¿Qué tanto? Simplemente les diré que esta película hace parecer interesante a la porción espacial de la batalla de Naboo. Así es.

Y este punto es más bien uno de importancia menor, pero -para mí- no tiene el mismo peso dramático que el “MacGuffin” (el objeto que desencadena el principio de la trama) sea una computadora de navegación que el que tendría si fuera un arma destructora de planetas, una fuente de energía poderosa, un lugar secreto o algo por el estilo. Esto sirve para anular aún más la credibilidad de los Kilrathi como amenaza; desde que comienza la película, queda claro que están más que destinados a perder como unos bobos si sus naves no tienen forma de calcular saltos hiperespaciales y las de los humanos sí.

La película termina no estando a la altura de sus antecesoras películas de videojuegos, y cuando digo “a la altura” quiero decir “no es de esas que son tan malas que te ríes”. Super Mario Bros. tenía, por lo menos, un diseño artístico llamativo -pero completamente incorrecto-, Street Fighter tenía a Raúl Juliá interpretando excesiva y magistralmente al villano, y Mortal Kombat: Aniquilación tenía unos efectos especiales tan ridículos que había que ver para creer. Wing Commander tiene unos personajes de caricatura, pero que no llegan a ser Raúl Juliá; un diseño artístico distinto al del juego, pero no llamativo; y unos efectos especiales poco convincentes pero no tanto (no tan poco convincentes, es decir). Es mala, pero no es “tan mala que te ríes” ni “tan mala que te hace enfadar”. Es mala, simplemente.

Los dejo con un par de imágenes de los Kilrathi -que en el juego tienen melena- que se ven mejor que en la película, en la cual pasan sus pocas y breves apariciones bañados en luz verde -seguramente para esconder lo feos que se ven los trajes animatrónicos-.

Y el trailer de la película (en inglés):

En conclusión: Mala, pero mala a secas, no mala nivel “famosa en Internet”. Quizás esto termine jugando a su favor algún día y le surjan fanáticos que la adoren simplemente por ser desconocida (hasta que, inevitablemente, se vuelva más conocida, desde luego).